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viernes, 13 de noviembre de 2015

El Maravilloso Mago de Oz.- Capitulo III


Muy buenos días, una enorme disculpa por no haber cumplido con mi compromiso de continuar subiendo un capítulo diario del Maravilloso Mago de Oz, pero le otorgué prioridad al proyecto realizado con otros autores, el cual espero muy pronto empiece a rendir sus primeros frutos que se verán publicados en este espacio y en el de mis maravillosos amigos escritores.



Como disculpa les dejo una foto de mi Dorothy favorita –perdón Judy Garland-
La hermosísima Zooey Deschannel en la miniserie Tinman.



Prometo pronto regularizarme también con mis ilustraciones. 

Capítulo 3
Dorothy salva al Espantapájaros.

Al quedar sola, Dorothy comenzó a sentir hambre. Fue a la despensa y cortó un trozo de pan que luego untó con manteca. Le dio una parte a Totó. Sacó un balde de un estante, lo llevó hasta el pequeño arroyo y lo llenó de agua transparente y cristalina. Totó corrió hasta los árboles y comenzó a ladrar a los pájaros. Dorothy lo fue a buscar y vio frutos tan deliciosos colgando de las ramas que recogió algunos, segura de que era precisamente eso lo que quería para completar el desayuno.

Luego regresó a la casa, y después de tomar ella y Totó unos buenos tragos de agua fresca y transparente se empezó a preparar para el viaje a la Ciudad Esmeralda.

Dorothy sólo tenía otro vestido, pero estaba limpio y colgado de una percha junto a la cama. Era de algodón a cuadros blancos y azules; y aunque el azul estaba un poco desvaído de tantos lavados, todavía era una buena prenda. La niña se lavó cuidadosamente, se puso el vestido limpio y se ató la cofia rosa a la cabeza. Buscó una pequeña cesta, la llenó de pan que sacó de la alacena y la cubrió con un mantel blanco. Luego se miró los pies y vio lo viejos y gastados que tenía los zapatos.

—Seguramente no resistirán un largo viaje, Totó —dijo. Y Totó la miró a la cara con aquellos ojitos negros y movió la cola para demostrarle que entendía.
En ese momento Dorothy vio, sobre la mesa, los zapatos de plata que habían pertenecido a la Bruja Mala del Este.

—No sé si me servirán —le dijo a Totó—. Sin duda serían los zapatos más adecuados para un largo viaje, pues no podrían gastarse.
Se quitó los viejos zapatos de cuero y se probó los de plata, que le quedaron tan bien como si hubieran sido hechos especialmente para ella.

Por último, recogió la cesta.
—Vamos, Totó —dijo—; viajaremos hasta la Ciudad Esmeralda y preguntaremos al gran Oz cómo podemos volver a Kansas.

Cerró la puerta con llave y guardó la llave en el bolsillo del vestido. Y con Totó trotándole a los talones, inició el viaje.

Había por allí cerca varios caminos, pero no tardó mucho en encontrar el que estaba pavimentado con ladrillos amarillos. Echó a andar enseguida hacia la Ciudad Esmeralda; los zapatos de plata tintineaban alegremente en el suelo duro. El sol brillaba y los pájaros cantaban y Dorothy no se sentía todo lo mal que uno puede suponer en una niña que ha sido repentinamente arrancada de su casa y depositada en el medio de un país extraño.

Mientras caminaba se sorprendió de lo bello que era ese país. A los lados del camino había unas cercas muy cuidadas, pintadas de un exquisito color azul, y detrás se extendían campos de trigo y hortalizas en asombrosa abundancia. Sin duda los munchkins eran buenos granjeros, capaces de producir grandes cosechas. De vez en cuando pasaban por delante de una casa, y la gente salía a mirarla y a inclinarse ante su paso, pues todos sabían que ella había matado a la Bruja Mala y los había liberado. Las casas de los munchkins eran muy raras: tenían forma redonda y terminaban en una enorme cúpula. Todas estaban pintadas de azul, pues en ese país del Este el azul era el color favorito.

Hacia el atardecer, cuando Dorothy se sentía ya cansada de la larga caminata y empezaba a preguntarse dónde pasaría la noche, llegó a una casa más grande que las demás. Delante de ella, en el césped verde, había muchos hombres y mujeres bailando. Cinco pequeños violinistas tocaban lo más fuerte posible y la gente reía y cantaba; a un lado había una mesa grande colmada de deliciosos frutos y pasteles y muchas otras cosas buenas para comer.

Saludaron cariñosamente a Dorothy y la invitaron a cenar y a pasar la noche con ellos, pues era la casa de uno de los munchkins más ricos del país y sus amigos se habían reunido con él para festejar su liberación de los poderes de la Bruja Mala.

Dorothy comió una abundante cena, en la que fue acompañada por el propio munchkin rico, que se llamaba Boq. Luego se sentó en un sofá y miró cómo bailaban los demás.





Cuando Boq le vio los zapatos de plata, dijo: —Debes de ser una gran hechicera. —¿Por qué? —preguntó la niña.

—Porque llevas zapatos de plata y has matado a la Bruja Mala. Además tienes color blanco en el vestido, y sólo las brujas y las hechiceras usan el color blanco.

—Mi vestido tiene cuadros blancos y azules —dijo Dorothy, alisándose las arrugas.

—Eres muy amable al usar esos colores —dijo Boq—. El azul es el color de los munchkins y el blanco es el color de las brujas; así sabemos que eres una bruja amistosa.

Dorothy no sabía qué decir, pues todos parecían creer que era una bruja, y ella sabía muy bien que sólo era una niña común que por obra de un ciclón había llegado a un país extraño.

Cuando se cansó de mirar la danza, Boq la llevó dentro de la casa, donde le ofreció una habitación con una cama muy bonita. Las sábanas eran de tela azul, y Dorothy durmió profundamente en ellas hasta la mañana, con Totó acurrucado en la alfombra azul, a su lado.

Tomó un abundante desayuno y miró cómo un bebé munchkin jugaba con Totó y le tiraba de la cola y cacareaba y reía de un modo muy divertido. Totó era una verdadera curiosidad para todos, ya que nunca habían visto un perro.



—¿Cuánto falta para la Ciudad Esmeralda? —preguntó la niña.

—No lo sé —respondió Boq, con voz grave—, porque nunca he estado allí. No es conveniente acercarse a Oz si no es por cuestión de negocios. Pero hay una gran distancia hasta la Ciudad Esmeralda, y tardarás muchos días en recorrerla. Esta zona es rica y agradable, pero tendrás que atravesar sitios difíciles y peligrosos antes de finalizar el viaje.

Eso preocupó un poco a Dorothy, pero como sabía que sólo el gran Oz la podía ayudar a regresar a Kansas, decidió valientemente seguir adelante.

Dijo adiós a sus amigos y echó otra vez a andar por el camino de ladrillos amarillos. Después de caminar varios kilómetros pensó que debía descansar; trepó a la cerca que bordeaba el camino y se sentó. Detrás de la cerca había un inmenso maizal, y a poca distancia vio un Espantapájaros colocado en lo alto de una vara para que los pájaros no se comieran el maíz maduro.



Dorothy apoyó la barbilla en la mano y, pensativa, miró al Espantapájaros. La cabeza del Espantapájaros era una bolsa rellena de paja, sobre la que habían pintado ojos, nariz y boca para representar una cara. En esa cabeza habían puesto un viejo sombrero puntiagudo que había pertenecido a algún munchkin y el resto de la figura era un traje azul, gastado y desteñido, también relleno de paja. En los pies tenía botas viejas con punta azul, como las que usaban todos los hombres de ese país, y la figura asomaba por encima de los tallos del maíz, sostenida por la vara que tenía clavada en la espalda.

Mientras Dorothy miraba con atención la extraña cara pintada, se sorprendió al ver que el Espantapájaros le guiñaba lentamente un ojo. Al principio pensó que tenía que estar equivocada, pues en Kansas los espantapájaros nunca guiñan los ojos; pero luego la figura la saludó inclinando amistosamente la cabeza. Dorothy bajó de la cerca y caminó hacia él, mientras Totó corría alrededor de la vara y ladraba.

—Buenos días —dijo el Espantapájaros, con voz un poco ronca.

—¿Has dicho algo? —preguntó la niña, sorprendida. —Claro que sí —respondió el Espantapájaros—. ¿Cómo estás?

—Yo muy bien, gracias —respondió Dorothy, amablemente—. ¿Cómo estás tú?

—Yo no me siento bien —dijo el Espantapájaros, con una sonrisa—, porque es muy aburrido estar clavado aquí arriba día y noche para espantar los pájaros.

—¿No puedes bajar? —preguntó Dorothy.

—No, porque tengo este palo clavado en la espalda. Si por favor me lo sacas, te estaré inmensamente agradecido.

Dorothy levantó los dos brazos y alzó la figura sacándola del palo, pues como estaba rellena con paja era muy liviana.

—Muchas gracias —dijo el Espantapájaros cuando tocó el suelo con los pies—. Me siento un hombre nuevo.

Dorothy estaba intrigada. Era muy extraño oír y ver a un hombre relleno de paja inclinando la cabeza y caminando a su lado.

—¿Quién eres? —preguntó el Espantapájaros, después de bostezar y desperezarse—, ¿y adónde vas?

—Me llamo Dorothy —dijo la niña—, y voy a la Ciudad Esmeralda, a pedir al gran Oz que me mande de vuelta a Kansas.

—¿Dónde está la Ciudad Esmeralda? —preguntó el Espantapájaros—; y ¿quién es Oz?

—¡Cómo! ¿No lo sabes? —dijo Dorothy, sorprendida.

—No, de veras no lo sé; no sé nada. Como ves, estoy relleno de paja, así que no tengo cerebro —respondió con tristeza el Espantapájaros.

—Ah —dijo Dorothy—. Lo siento mucho.

—¿Crees —preguntó el Espantapájaros— que si yo fuera contigo a la Ciudad Esmeralda el gran Oz me daría un cerebro?

—No te lo puedo asegurar —dijo la niña—, pero me puedes acompañar si quieres. Aunque Oz no te dé un cerebro, no estarás peor que ahora.

—Es verdad —dijo el Espantapájaros—. Sabes —prosiguió en tono confidencial—, no me importa tener las piernas y los brazos y el cuerpo rellenos, porque así no me lastimo. Si alguien me pisa los dedos de un pie o me clava un alfiler, no importa, porque no lo siento. Pero no quiero que la gente me llame tonto, y si en mi cabeza sigue habiendo paja en vez de cerebro, ¿cómo voy a poder aprender cosas?

—Sé muy bien cómo te sientes —dijo la niña, que estaba de veras apenada—. Si vienes conmigo le pediré a Oz que haga todo lo posible por ti.

—Gracias —respondió el Espantapájaros.

Volvieron hacia el camino, y Dorothy lo ayudó a pasar por encima de la cerca, y echaron a andar por los ladrillos amarillos hacia la Ciudad Esmeralda.

Al principio a Totó no le gustó el nuevo miembro de la expedición. Olfateaba alrededor del hombre de paja como si sospechara que podía albergar un nido de ratas, y a menudo le gruñía de un modo nada amistoso.

—No te preocupes por Totó —le dijo Dorothy al nuevo amigo—. Nunca muerde.

—Ah, no tengo miedo —respondió el Espantapájaros—; no me puede hacer daño en la paja. Déjame llevar la cesta porque no me canso. Te diré un secreto —prosiguió, mientras caminaban—. Sólo hay una cosa en el mundo que yo temo.

—¿Qué es? —preguntó Dorothy—. ¿El granjero munchkin que te hizo?

—No —respondió el Espantapájaros—, un fósforo encendido.


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